Las técnicas milenarias del masaje han seguido enriqueciéndose.

A principios del siglo XX se potencia el desarrollo del masaje con las aportaciones de grandes médicos como Fritz Perls, Carl Jung, W. Reich o S. Freud, que concebían al ser humano de manera integral, y al desarrollo de nuevas técnicas que permitieron comprender de manera científica la fisiología de los distintos procesos corporales como la Teoría del Estrés, con Hans Selye, o la Teoría Bioenergética con Alexander Lowen.

Por principio, el cuerpo humano es un conjunto altamente organizado de sistemas autorregulados que requiere principalmente de una buena alimentación, descanso adecuado y un sueño reparador para conservar una adecuada energía vital. Sus sistemas colaboran de manera tan intrínseca que es posible sobrevivir incluso cuando una parte de él tenga un desorden en su funcionamiento.

En otros planos que también inciden en nuestro cuerpo, cuando no podemos transformar el ámbito en el que vivimos para adecuarlo a nuestras necesidades, se generan a nivel fisiológico hormonas que nos permitan adaptarnos a esa tensión. Pero si todos estos mecanismos que generan el estrés suceden de
manera reiterada, cualquier presencia real o anticipada de alguna amenaza llevarán al cuerpo a una rigidez constante y finalmente a la formación de corazas: bloqueos, contracturas y a un agotamiento crónico.

Y aquéllos científicos, psicólogos y filósofos de principios del siglo pasado quisieron ir más allá del trabajo mental para la transformación personal encontrando que, al devolverle la flexibilidad al cuerpo, los procesos mentales tomaban su curso normal: Cuerpo flexible = mente flexible.

¿Y acaso no es el cambio y la alta adaptabilidad lo que se requiere en estos tiempos modernos del siglo XXI?

El Masaje Terapéutico que ofrecemos va en el sentido de trabajar íntegramente al cuerpo y la mente mediante el manejo físico adecuado de los bloqueos dinámicos que producen corazas corporales como las angustias y las preocupaciones que han dificultado nuestra capacidad de sentir y de reconocer nuestras emociones para así poder retomar el rumbo de nuestra existencia, permitiéndonos experimentar nuevamente el placer de ser y de vivir.